En la crisis espiritual colectiva que tan crudamente ha puesto en evidencia nuestros límites, este alto en el silencio nos permitirá encontrarnos, desnudos de ideologías, de poder y de justificaciones, desprovistos de venganzas y de odios, para experimentar el destino común que compartimos, y comprender por qué la vida se nos dio aquí y ahora, en esta encrucijada de la paz imperfecta de Colombia, para una tarea que solo podemos realizar nosotros, distintos e inevitablemente juntos.
Francisco de Roux en su libro “La audacia de la paz imperfecta”
El lugar donde nací siempre ha estado en guerra y a la guerra la han llamado con diferentes nombres: conflicto, violencia, atentado, toma, masacre, secuestro, asesinato, violación, incursión, hostigamiento, amenaza, paro armado, inseguridad, barbarie, venganza. Tantos nombres para una única verdad, la guerra. El lugar donde nací estaba lleno de balas, de uniformes camuflados, de botas pantaneras, de monte y de dinero. Allí se hablaba de injusticia, de pobreza, de oligarquías, de armas que ganan independencias, de razones superiores, medios superiores, hombres superiores y verdades superiores.
En el lugar donde crecí la televisión mostraba muertos sin nombre y lugares lejanos donde la gente sufría, gente con ropa ligera formaba largas caravanas de carretas, burros y canastos. Alguna vez se habló de paz y fue una paloma solitaria pintada en muros que borró el tiempo. En el lugar donde crecí estaba escrito en un papel que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento, pero aquí sabemos poco sobre la paz y poco sobre los derechos.
El lugar donde vivo tiene la confianza partida en dos, el espíritu y el cuerpo partidos en dos. Hay quienes creen en buenos y malos y que la culpa está en un lugar; hay quienes aprietan los ojos y lloran de rabia, de tristeza o de dolor y hay a quienes los tranquilizan los disparos, mientras sean en una dirección distinta a la suya. Aún así, también hay personas que le ponen rostro a los muertos, tumbas a los cadáveres, relatos a las cicatrices y voz al horror que han vivido.
Hoy se habla de injusticia y de heridas, de legalidad y de futuro, de cárcel y de perdón, de delitos y de consecuencias, y de daños, daños a todo nivel. Algunos reemplazan la y por la o y, de nuevo, se enfrentan con el otro olvidando que de lo que estaban hablando era de paz.
En este país las palabras han sido lastimadas porque aprendimos a manipular, confundir y engañar si decimos que nuestra causa es justa. Aquí nos hemos acostumbrado a la sospecha y a la imposición y aunque la mayoría de personas en este país cultiva su espiritualidad en iglesias, oran y rezan en cultos y ceremonias sobre el amor y el bien, aquí se rechaza agresivamente la diferencia, se persigue al que no concuerda y se mata, desde hace un siglo se mata a cualquiera y no sólo matan las balas, aquí las palabras también son armas violentas. Este es mi país, el de las historias incompletas.
Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Fotografías por @paulakaste