Me sueño como un árbol pegada a la pared, llena de ramas, hojas y tronco, tengo raíz y follaje al mismo tiempo, los dos parecen cruzarse y confundirse, justo en esos puntos de encuentro, de nudos y bifurcaciones, las flores aparecen y algo es distinto, sé y siento que hay cortes, algo ha cambiado… Decidir viene del latín decidere que significa “separar cortando” lo que me permite interpretar mi sueño. Soy una mujer que ha decidido no tener hijxs y mi decisión va sobre ¿qué se depura y qué se preserva del gran árbol genealógico al que hay que cortar para dar forma, para purgar y sanar? El árbol familiar que se poda sirve como figura metafórica para representar el proceso de toma de decisiones que revelan cuestionamientos, deseos y aspiraciones diferentes a las convencionales. Cortes que se hacen porque yo, al igual que otras mujeres que han decidido o están decidiendo no ser madres, realizamos otras comprensiones sobre nuestros cuerpos, vidas e historias, y desde ahí decidimos hacer cambios.
Pese a que en este momento más mujeres podemos decidir y hablar públicamente sobre nuestro deseo de no tener hijxs, todavía somos pocas, es una decisión que se pronuncia en voz baja y que batalla con muchas sanciones sociales. Todavía existen mecanismos y discursos de represión, unos más severos que otros, que, cercenan nuestros cuerpos y nuestra capacidad de decidir sobre ellos. Y es que la decisión de no ser madre implica, indudablemente, un costo incómodo y permanente plasmado en la estigmatización, la crítica constante y el aislamiento por parte de una mayoría que aún no termina de asimilar otros destinos aceptables para las mujeres, lejos de la maternidad.
Esta presión social funciona a partir de artificios propios de la iglesia, el Estado, las instituciones sanitarias, jurídicas, los medios de comunicación, la sociedad, la familia misma, las amistades y varias veces, desde nosotras mismas, cada vez que en nuestras mentes aparecen esas voces externas que lograron hacer eco y se confunden, nos confunden, haciéndonos creer que lo que afuera se dicta es nuestro propio deseo concretado en decisiones que parecen genuinamente propias. Estas voces con sus exigencias están por todos lados, son opresivas, atosigantes, moralistas, sentenciosas, seductoras, románticas, sutiles. Suenan de mil formas diferentes, pero nos demandan siempre lo mismo: “debes tener hijos”.
Debo aclarar que mi crítica va sobre la maternidad como institución normada, no como experiencia vivida. Me refiero a esas imposiciones que nos obligan a las mujeres a procrear porque supuestamente el binomio mujer/madre es natural e indisoluble. ¿Cuántas veces no hemos escuchado: “los hijos son necesarios, son una bendición”, “llegan con el pan debajo del brazo”; “es lo mejor que le puede pasar a una mujer”; “solo cuando se es madre se conoce el amor verdadero”! etc., etc., etc. Tampoco puede faltar la pregunta: “¿y los hijos para cuándo?”, cuestionamiento, que además de ser invasivo en nuestra privacidad, se formula desde la certeza de que se tendrán. Toda esta presión social desplegada en diversas formas lingüísticas revela razones y argumentos que exaltan la maternidad como una meta de toda mujer, la idealizan y la romantizan como la única vía para encontrar la realización y el amor verdadero. Ofrecen un juicio de valor positivo, explícito que generaliza, atrás de una promesa de satisfacción máxima, de felicidad garantizada; pero, además, dejan ver la hipervigilancia sobre el cuerpo de la mujer, su sexualidad y el tiempo de su reproducción.
Por supuesto que también he sido presa de las advertencias: “te vas a arrepentir”, “te vas a quedar sola sin nadie que te mire cuando estés vieja”, “¿quién te va a cuidar?”. Confieso que, en un inicio, cuando era muy joven, estas sentencias llegaron a agobiarme un poco, pero puedo ahora comprender que en realidad revelan la angustia del otrx. Estos miedos se proyectan frente a un futuro que les parece hostil porque se vincula con la soledad y el miedo que acontece ante lo desconocido, sin darse cuenta de que el temor a la soledad es el principal obstáculo para la libertad. Entonces entiendo que para muchxs lxs hijxs se conciben como antídoto contra la soledad, pretenden que funcionen como respaldo y garantía dentro de esa economía transaccional de cuidados, es decir, se develan razones instrumentales para tener descendencia. Por lo tanto, no es una actuación tan noble y altruista como se pinta, ni el amor es incondicional y desinteresado.
No puedo pasar por alto la ocasión en la que hace algunos años atrás decidí practicarme la ligadura de trompas, pero no pude realizar mi propósito porque el personal que me atendió, conformado por mujeres, se negó a practicarme el procedimiento por la objeción de conciencia y su certeza de que sería una decisión que a futuro me generaría arrepentimiento. Con sus palabras buscaron hacerme sentir como una mujer incompleta, egoísta, irresponsable, inmadura e irracional. En ningún momento se tomaron el tiempo para conocer mis razones, solo impusieron las suyas. Y es que en esas actuaciones hubo violencia psicológica y simbólica, porque desde su lugar de poder bloquearon el ejercicio de mis derechos, de mi autodeterminación reproductiva, de mi autonomía sobre mi cuerpo, haciéndome creer que no era apta, que no era capaz de tomar determinaciones para mí misma. Estoy casi segura de que sí hubiera ido a buscar asesoría para quedar embarazada, la respuesta hubiese sido otra, como pasa la mayor parte del tiempo. Sí hablas de tu decisión de no tener hijxs, siempre hay cuestionamientos, pero sí expones tu deseo de ser madre, las felicitaciones abundan y se rodean de abrazos y sonrisas que se han naturalizado.
La experiencia me ha demostrado que todos estos personajes, cercanos y distantes, con sus discursos demandantes operan como agentes de regulación y vigilancia que se asumen desde lugares de autoridad y poder que ven en la maternidad un esplendor místico. Ser madre se muestra como algo absolutamente positivo, sin importar las circunstancias que rodeen a cualquier mujer: parir y criar hijxs siempre será lo correcto, tiene un carácter sagrado. En este sentido, la maternidad funciona como mandato, porque la idea colectiva es que las mujeres siempre terminarán sintiéndose a gusto con ella, que todo el tiempo habrá un final feliz y por ello debe ser igual para todas. Lo contrario es peligroso, molesta. Aquella mujer que no desea ser madre de nadie, es castigada con la estigmatización y el señalamiento, porque se cree que es una imitación barata de lo varonil o que se trata de una mujer defectuosa.
No pretendo ir en contra de quienes son madres o van a decidir serlo, no hay que caer en la tramposa disputa entre ser o no ser madre, que en definitiva termina favoreciendo al mandato de la maternidad. Muchas madres viven su experiencia desde la resistencia, la rebeldía, la autonomía e irrumpen el orden social dominante. Como mujer, hija, psicóloga y feminista que soy, no me creo con derecho a dictar cómo deben vivir otras mujeres, ni tampoco afirmar que mi decisión es la acertada. Caer en esas trampas sería ubicarme del lugar del patriarcado y su saber arrogante. En realidad, esta es una invitación a escuchar, reflexionar e interpelarnos desde relatos que dan cuenta de otras posibilidades de habitar el cuerpo y el mundo, dar cabida a otros contenidos semánticos para hablar de la mujer, de las mujeres, siempre en plural. Y también para revisar el idealizado discurso rosáceo que rodea a la maternidad, que la aleja de la realidad, de sus infinitos matices y tensiones.
Este es mi deseo, hacer una invitación para hablar y escucharnos, ser yo misma y al mismo tiempo soy mujer-árbol, mujer-memoria de una gran familia, de un pueblo. Sé que soy la historia de mis raíces, mis orígenes, soy una parte de esa gran selva genealógica de la que fui alimentada. Soy la historia de la vida y de la muerte, de la sangre de cientos de mujeres anteriores a mí. Soy el resumen de muchas madres, de mis ancestras. Pero también soy la historia de una utopía, de una conciencia, de unas luchas anteriores y de mis luchas internas.
Desde estas comprensiones mi subjetividad y mi autonomía se configuran a partir de lo que decido y se concreta en mi cuerpo. Lo que en él trazo, resuena en todo el árbol genealógico del que hago parte. La vibración se convierte en susurro, en aullido, en el sonido de hojas, ramas y frutos que caen y que al hacerlo purifican el árbol. Mi decisión es también un acto de sanación emancipatoria para mí y para mis antecesoras, con ella quiero limpiar heridas con ternura digna. Entonces me libero del mandato, aparto todas esas voces que me dicen qué tengo que hacer, qué tengo que desear. Contemplo el silencio, este silencio es para todas las mujeres que conforman mi historia, mi familia, mi árbol…Luego elevo la voz, enuncio mis deseos, firme, tranquila y amorosa porque esta elección es afirmación de la vida misma. Por todas aquellas que no quisieron ser madres, por las que se arrepintieron, por las que fueron obligadas, por las que todavía no estaban listas, por las que no tuvieron elección, por las que ni siquiera pudieron preguntárselo para sí mismas… esta decisión es de todas y para todas.
Pronuncio en voz alta mi elección porque es necesario relatar y situar como experiencia la no-maternidad en todos los espacios. Pensarla para formular cruces, coincidencias, discrepancias, debates, componer diálogos y reflexiones que la saquen del cajón de los tabúes y permitan reconocerla como afirmación y potencia, aunque todavía se la pronuncie desde la negación. Es necesario enunciarla en un ejercicio de reivindicación del derecho a vivir la experiencia de no ser madres sin discriminación. Es urgente interpelarnos frente a temas tan constitutivos como este, sobre los cuales más que certezas, se pueden formular nuevos cuestionamientos que indaguen sobre los modos de habitar el mundo partiendo de la conciencia sobre el propio cuerpo. No se puede simplificar los contenidos y razones, muy variadas y nunca únicas, que subyacen bajo esta elección, porque a través de esta se manifiesta también la capacidad de hacer agencia, de agrietar el orden. Es también una cuestión política que incluso se sumerge en una dimensión ontológica disidente, que no es nueva, pero si poco explorada.
Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Collage destacado por Angela Quintana, Ilustración interna por Carolina Zambrano