Desde siempre supe qué quería ser. De niña ordenaba mis muñecas en la escalera de la casa y les daba clase, así pasaba mis vacaciones. Los niños para mí tenían un encanto especial.
A mis 12 años llega mi primera sobrina y yo estaba todo el tiempo con ella; me parecía muy tierna, pero muy frágil. Ya no eran mis muñecos, ahora podía cuidar a una niña de verdad. Mi cuñada me acompañaba y me dejaba cambiarla, bañarla y darle el tetero. Durante dos o tres años pasamos así muchos días juntas. Ella no se imagina nunca cuánto me ayudó y me hizo feliz.
Durante 30 años trabajé en el mismo lugar La Ronda de los Niños, jardín del cual fui fundadora y al que mi gran amiga y hermana del alma me invitó a ser parte de su sueño. Los niños de pre-escolar son los seres más hermosos, transparentes y sinceros. Por eso merecen tanto respeto. En ellos no existe interés alguno, te quieren o no, te dicen lo que les gusta y lo que les molesta. Yo podía llegar al jardín con una carga de problemas y en la puerta se quedaban. Una vez entraba, oía las risas o el llanto de los niños, sus voces diciendo mi nombre y los veía venir corriendo a abrazarse de mi pierna. Esta era su forma de mostrarme que en la vida siempre hay un lado bello. Fueron mis mejores maestros. Además, en el jardín tejí una hermandad con mis mejores amigas, hemos compartido tristezas, alegrías, trabajo, viajes, hijos, nietos y continuamos caminando juntas.
Dos de mis vecinos fueron mis alumnos a los 3 años. Ahora son padres y les cuentan a sus hijos nuestra historia y los niños me llaman “la profe de mi papá”. En los encuentros del jardín -al que continúo vinculada afectiva ya no laboralmente- otros exalumnos me cuentan pequeños detalles que los hicieron sentir seguros a mi lado y esa es mi mayor satisfacción; recuerdan un abrazo protector en el momento en el que se sentían solos o que los sentaba en mis piernas y les arreglaba su pelo y que no permitía que otros niños los molestaran en diferentes situaciones. Sus recuerdos nos hacen ver cuan cuidadosos debemos ser los maestros, porque tanto los buenos como los malos marcan a los niños.
Hoy a mis 70 años, con tres hijos y el nieto más hermoso -para mí un pedacito de cielo que me dio la vida y que mi nuera y mi hijo me han dejado disfrutar- me siento un ser agradecido, lleno de satisfacciones y de amor porque definitivamente solo con el ejemplo enseñamos. Gracias al jardín, tuve el privilegio de pasar junto a mis hijos sus años de pre-escolar, fui su maestra y años después también entró mi nieto en su caminador.
Mi sueño de niñez se hizo realidad.
Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Ilustración: Gina García @ginadibujitos