Hola.
Te escribo desde este sitio donde me dejaste hace muchos años. Te he visto desde lejos, he observado con atención cómo has saltado de unos lugares a otros y cómo parece que mutas en tantas formas; pero yo te conozco. Sé de tus miedos, tus incertidumbres y las marcas de tu cuerpo. Sé lo que te cuesta levantarte todos los días, reunir los pedazos y subirte al mundo escalando tu déficit de certezas. Tus pasos nunca han sido firmes, son como el viento que es viento porque sopla pero que es también la hoja que se deja llevar.
Quiero entregarte este ramo de gracias, por sostenernos todo este tiempo. Porque sólo tú y yo sabemos lo que cuesta especialmente a nosotras hacer tantas cosas a las vez. Todas esas cosas de grandes, mientras sabemos que sólo somos una niña asustada que sueña con vencer el miedo algún día, con encontrarse de frente y llevarse de la mano a construir más sueños.
Voy a pedirte algo más, perdóname.
Sé que ya tienes demasiadas tareas en esa lista que haces todas las mañanas y que no logras completar, supuestamente por falta de tiempo… ¡mentira! Tú y yo sabemos que es porque te escapas, te escondes del monstruo del mundo de los adultos que te persigue y que sabe dónde encontrarte:
Debajo de los marcos de las puertas de tus laberintos internos.
Lo que quiero pedirte es que no te detengas en la búsqueda de lo simple, ve descargando poco a poco las expectativas impuestas sobre nosotras, sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas.
Siempre que puedas, camina con pausa, sin afán.
Cuida de quién está ahí contigo y dentro de ti. Deja que nos conozcan a las dos, permítete jugar, permíteme a mi también salir a jugar de vez en cuando y enseñarles este mundo simple, real y mágico que tengo en mente.
Siempre esperando por ti,
Tu niña, amiga niña.
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Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Imagen: Sahara Caicedo Fernández