En ninguna de las reuniones que se sostuvieron con la comunidad mientras se hablaba de la biblioteca hubo una voz que se levantara para narrar memorias de los días de la violencia.
No es fácil contar esos recuerdos y, a veces, tampoco recomendable; porque se despiertan miedos o dolores que se creían superados. En cambio, en una situación casual suelen emerger naturalmente las historias, con menos contraindicaciones.
Mientras nos dirigíamos a la escuela, un tropiezo en el camino, un polvorín levantado, y la seño* no pudo evitar contarme: Hubo una mañana en que ella y todos sus vecinos de Minas de Iracal debieron acudir a un llamado. El jefe del grupo paramilitar que lideraba la zona nos obligó a caminar hacia allá, arriba —señaló la montaña—, daba escalofríos.
Y allá escucharon otra orden, esta vez dirigida solo a dos personas. Los demás, alrededor, los vieron hincarse y apretar los ojos. Las balas atravesaron en medio de los recuerdos, de los sueños fermentados, de la esperanza, y rebotaron en el suelo.
Es la escena que persigue a la señora Victoria, cuando, en la tierra seca del verano, las balas hicieron elevar un polvo fino.
*Mujer de 65 años habitante de Minas de Iracal (Cesar).
*Fotografía: Vía principal de Minas de Iracal
Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Foto: Mónica Lázaro de la Hoz