Esta es una reflexión, una entre miles, sobre cómo vivimos y cómo podríamos vivir, sin pretender dar respuestas sino simplemente compartiendo mi visión. Son pensamientos que me acompañan después de años de crianza, pero sobre todo es una reflexión sobre la feminidad. Hace falta feminizar nuestra manera de vivir. El sistema donde vivimos no es femenino pues es un sistema en donde no prevalece la bondad ni nuestro vínculo con la naturaleza sino la infamia y la destrucción; no se privilegia la compasión ni mucho menos la búsqueda de la belleza. Es un sistema que nos condiciona a tener los mismos patrones de percibir la vida que hacen que cada uno pierda su esencia única y valiosa.
Nunca debemos aceptar las cosas como son pues la aventura es buscar el conocimiento por nuestra propia cuenta y sentir de qué manera podríamos estar más plenas y felices. Rechacemos todo lo que no esté hecho con afecto para nosotras y para nuestros hijos pero paralelamente es beneficioso y nos favorece a todos si estas rebeldías nos llevan a crear un mundo que en su manera de funcionar y en su esencia sea más creativo. Creo que la feminidad, la creatividad y la crianza están profundamente vinculados y son elementos fundamentales que nos conducen a un entendimiento de la vida capaz de transformarnos como mundo.
La creatividad es una vía que nos conduce, de la mano de nuestra sensibilidad y esencia, a crear formas nuevas de ser y de experimentar la vida. Necesitamos estas vías alternativas para cambiar un sistema que se alimenta del miedo y la libertad de la gente. Creativity takes courage dice Matisse, la creatividad requiere coraje pues hace falta derribar viejas certezas para crear otros modos posibles.
¿Cómo podemos ir hacia un mundo más femenino? Entiendo la feminidad desde su capacidad misteriosa y asombrosa de dar vida y sostenerla. Mi visión es que, creando la forma cotidiana de las cosas podemos crear un mundo que sea más cálido y afectuoso en donde prevalezca el cuidado de la vida. Esta reflexión se hace desde mi fascinación por la transformación de los materiales, los oficios y las artes aplicadas. Todos tenemos nuestros propios modos de sentir la vida que impulsan nuestras revoluciones. Las cosas cotidianas que nos rodean hablan mucho de cómo vivimos y contribuiremos a una transformación no solo estética sino también social si tenemos la capacidad de darle forma a esto que llamamos realidad a través de nuestras herramientas creativas. Para mí, la resistencia a este sistema hostil que nos lleva a distanciarnos de lo esencial, ocurre en los aspectos más íntimos de nuestra vida, cuando creamos belleza en la vida cotidiana, en el cuidado de un jardín, creando un textil o una pared; cambiando la forma de las cosas, con nuestro ingenio y creatividad. Resistimos creando y con el placer de crear.
Las mujeres tenemos el don de darle forma a la vida y de hacerla más agradable; seamos inventivas, transformemos la realidad con nuestro fuerza creativa; hagamos los recipientes para nuestra comida, hagamos medicinas con plantas, tejamos nuestras telas, construyamos nuestras casas, hagamos joyas, hagamos huertas, que sea esa nuestra respuesta al desequilibrio que genera la falta de feminidad en nuestra sociedad presente y con esos esfuerzos para mejorar la vida hagamos un mundo más colaborativo. No seremos felices si toda la responsabilidad de los detalles de nuestra vida se la damos a un sistema que no es afectuoso y que va por encima de nuestra sensibilidad.
Definitivamente un mundo más femenino será un mundo que celebre el cuidado de la vida y la búsqueda de la plenitud. Cuidar la vida nos conduce al reconocimiento del vínculo que nos une a la naturaleza y a una conciencia más plena de ella. Creo que esa conciencia nos ayudará a reparar los males del sistema en que vivimos. Busquemos criar a nuestros hijos con la proximidad a la naturaleza, guiarlos a ser lo mejor de sí mismos, posibilitar la creatividad en lugar de tratar de adaptarlos a un mundo en donde no encajan.
Pienso en tantas cosas que se han hecho con amor, cosas que se han hecho para satisfacer práctica y espiritualmente la vida: textiles y refugios. Admiro las cobijas que tejieron nuestras madres y abuelas, ese trabajo exquisito que han hecho tantas mujeres con cuidado y paciencia para crear belleza y abrigo, para transformar creativamente la vida cotidiana. Hablar de textiles me lleva a hablar de mi casa no solo porque la construcción de sus paredes es de naturaleza textil sino porque ambos son de naturaleza femenina, nos procuran calidez. Y ¿cómo no hablar de la casa si hablo de nuestras vías de creatividad, del cuidado y de la crianza de mi hijo?
Nuestra casa es una expresión de esta reflexión.
La crianza de mi hijo ha tenido lugar en el campo, en un refugio que tiene la belleza de lo que es construido por uno mismo, con las propias manos, lejos de lo que normalmente por miedo aceptamos pasivamente como verdadero y único. Ha sido una búsqueda sincera de acercarnos a la naturaleza y a sus ritmos de vida más femeninos, sensibles y lentos, de pasar más tiempo al aire libre y nutrirnos del aliento que generosamente crea la vida vegetal. El corazón está lleno de asombro y gratitud por el don de dar y sostener la vida. Aunque parece aislado y fuera de todo lugar, nuestro refugio tiene un lugar preciso en el mapa, vivimos en una casa de tierra en una montaña. La crianza ha sucedido, con todos sus desafíos, en ese espacio verdadero y cálido que tienen los lugares en donde se ama la vida, dándonos el tiempo para ser niño y para ser mamá, enriqueciéndonos mutuamente.
Y la vida ha pasado lenta y bella, con sus tormentas y tempestades; es una celebración, sería una pena perdérsela.
Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Fotografías: Natalia de los Ríos