Últimamente es imposible no pensar en uno de mis miedos más grandes de niña: imaginar que cuando fuera adulta iba a vivir la guerra por el agua. Viviría en un futuro en donde se cumplirían las promesas apocalípticas de las series de televisión, como la telenovela de ciencia ficción colombiana: La dama del pantano, donde, si mal no recuerdo, las personas tenían la cara reseca por la deshidratación; una empresa había privatizado la única fuente de agua que quedaba y había guerrillas tratando de recuperarla.
Y ¿cómo no recordar el susto de la infancia ante la situación actual que estamos viviendo en Latinoamérica? En Bogotá están en racionamiento de agua y en Quito hay apagones de luz.
Las imágenes de los embalses que suministran agua a la capital colombiana son devastadores. Recuerdo que de pequeña algo similar debió pasar, porque en mi familia siempre había una narración de ahorro de agua: cerrar la llave cuando me echaba jabón en la ducha o mientras me lavaba los dientes. De allí quedó la costumbre en mi mamá y mi papá de recoger el agua de la lavadora para reutilizarla en el inodoro. Frente a este miedo de pequeña tengo una narración del ahorro del agua y lo hago muy efectivo cuando lavo los platos, creé un método para gastar la menor cantidad de agua. Mea culpa las veces que tomo periodos largos de ducha.
Sé el caso del amigo, de una amiga, de un amigo que tiene fuerte discusiones con su novia porque ella deja abierta toda la llave del lavaplatos mientras enjabona la loza y deja abierta la llave del lavamanos cuando va al baño como un extraño ritual de concentración. Ante una crisis ambiental real, establecer un discurso de ahorro del agua en las familias y la cotidianidad de las personas, parece ser que es muy difícil. A veces hay peleas irreconciliables sobre este tema. Algunas personas justifican su derroche de agua con “buenos argumentos”.
¿Los argumentos? ¿La razón del desperdicio? Es otra de las narraciones que actualmente se están posicionando con mucha fuerza.
Estuve leyendo en los comentarios de publicaciones de redes sociales sobre la escasez de agua, las personas comentan que la culpa no es de los ciudadanos de a pie, si no de las grandes empresas que se han apropiado de nacimientos de agua, o que gastan millones de litros de agua diariamente para la producción de ropa, bebidas azucaradas, entre otras. Me alegra que la conciencia crítica en las personas sobre la globalización y el capitalismo sea cada vez más aguda. Sin embargo, ¿qué tanto estas narraciones se convierten en un pajazo mental para no asumir nuestra responsabilidad en el derroche de agua que tenemos en casa?
No sé realmente quiénes son los actores y cuál es su nivel de incidencia en el gasto de agua de que tiene Bogotá. Siento que campañas como las que presencié de niña, que difundía una narración de ahorro de agua en las familias, no se continuaron y la ciudad ha crecido y han llegado nuevos habitantes. Además de reflexionar sobre el gasto del agua, considero que es importante recapacitar sobre nuestra relación con ella, evidentemente el agua no viene del grifo, viene de ecosistemas como el páramo, donde se produce y sobre el que poco sabemos o conocemos. Punto ahí para la campaña del Frailejón Ernesto Pérez.
Tampoco toca desconocer otras regiones de Latinoamérica, donde las personas en las ciudades tienen racionamiento de agua todo el tiempo, debido a que cerca de ellas hay una megacorporativa minera, utilizando millones de litros de agua, para extraer, qué sé yo… oro y llevárselo no sé a qué país del norte global. O el caso que está pasando en México y la captación de fuentes de agua por empresas de bebidas azucaradas con gas. En este caso, siempre estaré del lado de la frase ¡agua sí, oro no!
Sin embargo, creo que no soy capaz de pensar que la culpa de la escasez de agua es solo del extractivismo minero y la privatización del agua por empresas que la venden embotelladas en plástico, y ya sabemos lo que está haciendo el micro plástico en nuestro cuerpo; hay una responsabilidad de nosotras, como personas, en el derroche diario de agua. Y también debe estar presente en los comentarios que hacemos en las publicaciones de las redes sociales.
Creo que el presagio que nos augura la literatura -la ciencia ficción-, de una guerra por el agua, como el ambiente apocalíptico que nos plantea Mad Max, está cada vez más cerca, casi que a la vuelta de la esquina. En todos lados las personas dicen, antes el río llegaba hasta allá, ahora solo llega hasta aquí. Falta mayor reflexión y mayor cuestionamiento a los modelos de desarrollo y sobre qué estamos poniendo el mayor valor de la vida.
Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Foto: reflejo señora Flor.