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    En la rueda de bullerengue

    PorMónica Lázaro

    Ago 27, 2022

    El paisaje monótono de las plantaciones de palma es el cortejo de llegada a María la Baja (Bolívar) si se viene viajando de San Onofre. Para entrar al pueblo desde la Troncal se toma el rumbo de una calle que inicia en Curva, por ella se ve mucha gente interactuando, con pocas precauciones hacia el virus. Sobresale la imagen de una cabeza de cerdo clavada de las orejas en un árbol, carnicerías improvisadas en varias esquinas. La calle desemboca en la plaza principal.  Hasta entonces, nada ofrece un indicio de la sobresaliente tradición musical por la que es reconocido el municipio en tantos lugares del país.

    La casa de la cultura lleva el nombre de la destacada cantadora Eulalia González Bello: empiezan las señales. Sin embargo, los turistas aficionados no encuentran allí mayor información sobre el bullerengue o el festival. Parece inoportuno preguntar por el Festival Nacional de Bullerengue en marzo, cuando es borroso el último, en su versión virtual, y el próximo aún no empieza a encenderse. El único documento relacionado con el bullerengue es la revista Inventario del patrimonio cultural de María la Baja (2019). En ella se encuentra una breve narración sobre el origen del género en los Montes de María y unos cuantos detalles de sus características. La exhibición en las paredes de varios afiches ofrece algunos datos sobre la trayectoria del evento. Un estante arrinconado con trabajos escolares guarda silencio y telarañas. Ningún comentario sobre nuevas cantadoras, compositores, bailarines.

    La bibliotecaria brinda la esperanza de conversar con Pabla Flórez, la hija de Eulalia y la cantadora actual más reconocida del municipio, pero ella nunca responde la llamada y la mañana concluye sin ninguna puerta de ingreso en aquella tradición, que para otros resulta tan viva.  Curiosamente, un tímido comentario hecho a la dueña del restaurante, durante el almuerzo, tiende el puente ya inesperado. Llama a Wilman León, el coordinador del Festival Infantil, quien es su amigo; él, además de contestar el teléfono, hace el convite: esa noche tiene ensayo el grupo “Rosita y sus tambores”. …

    La venta de fritos le da ritmo a los días y las noches de Rosa Caraballo. Después de las seis de la tarde se dirige a la tienda a comprar los ingredientes. La tendera conoce la lista. Otra vecina le avisa cuando llega la yuca, y ella se va enseguida, en moto, para ser la primera en elegir. Por la noche adelanta la masa de las carimañolas; en las mañanas, prende el fogón y organiza los productos con la ayuda de su hermana Olga. La clientela llega desde temprano de acuerdo con los impulsos del hambre o el antojo. El humo blanco se ondula en inesperadas direcciones, ritmo que irrita los ojos de quienes se quedan siguiendo la conversación de Rosa, y que luego se van untados de lo que ella llama, bromeando, perfume velrosita.

    Tres días a la semana, a las cinco de la tarde, Rosa se reúne con los jovencitos que integran el grupo. Es literalmente una rueda que se hace con coristas, cantadores y los dos tamboreros. Rosa se mueve de un lado a otro en el centro del círculo, cantando y dando indicaciones; Wilman le ayuda en el dominio del grupo y en el proceso de formación.

    Rosa: Mi fiel compañera asómate a la ventana.

    El coro: Asómate, ven a vé’, mama la va a lavá’.

    Dos jovencitos, un chico y una chica, ingresan al vacío de la rueda a bailar. Nadie los impulsa. Sus rostros no parecen darse cuenta del entorno, miran hacia dentro, o hacia ninguna parte. Irradian la luz de una visión que los demás no vemos, se pierden en su propio círculo. Pero los orientan los tambores, se inclinan hacia ellos, como venerándolos, e incitando a sus intérpretes.

    Practicaron al menos ocho canciones en una hora de ensayo. Iban y venían las tres formas del bullerengue: sentao, chalupa y fandango de lengua. Al terminar, Rosa se va de inmediato a hacer las compras para los fritos del día siguiente.

    Rueda de bullerengue del grupo “Rosita y sus tambores”

    Como desenlace de ese primer encuentro, y gracias a la gestión de la bibliotecaria, se concerta una conversación entre Rosa y Pabla sobre la escritura de canciones de bullerengue. La reunión se hace debajo de un gran árbol en el patio de Rosa, donde el calor es soportable. Son los días del paro nacional, cuando ir y volver de Cartagena es una verdadera osadía. Pabla llega agotada y hambrienta. La anfitriona le brinda pescado frito con ñame y, una vez saciada el hambre, comienza la charla.

    La apertura se da con la lectura de un poema de Mary Grueso. Se busca abrir el diálogo sobre la escritura de las canciones para finalizar con la elaboración de dos fanzines cancioneros. Ninguna de las asistentes conoce a la poeta del pacífico. Escuchan atentas el poema “Negra soy”.

    La lectura provoca la palabra, pero no sobre composiciones, sino sobre el racismo que en sus propias familias ejercían o recibían. “Imagínate que la hermana mía —refirió Pabla—, allá en mi casa todos somos negros, pero [ella] es de pigmentación oscura, oscura; nosotros la fregábamos con eso: ʻNegra, tú eres una negra, la negra no sé qué, esa malucaʼ. Y le poníamos los nombres de los pájaros negros”. Rosa, por su parte, comentó: “A mí también me decían: ʻNegra carbón, churruscaʼ. Me dicen negra de cariño, ahora”.

    Las dos coinciden en que en la época de su juventud no podía usarse ropa colorida porque era mal visto, y el apelativo ofensivo en tales casos era el de “palenquera”. Debieron pasar muchos años para que cambiara la perspectiva al interior de sus propias comunidades. Actualmente, todos se sienten contentos de su ancestralidad afro, orgullosos de lo que significa el pueblo de Palenque.

    Por los meandros de la plática, surge el tema de género, no porque hubiera una intención de parte de las cantadoras de resaltar el lugar de la mujer en el aire musical del bullerengue, sino porque en su cotidianidad histórica es un hecho que está presente. La mujer bullerenguera adquiere cierta autonomía que no es usual en el orden familiar establecido tradicionalmente en el pueblo. Refiriéndose a la mamá de Martha, la bibliotecaria, quien abandonó la danza cuando tuvo a sus hijos, Pabla comenta que, con la suya, Eulalia González, había sido lo contrario. Después de casada empezó a dedicarse al canto: “Se iba tarde a cantá’ con esas mujeres y venía en la mañana. Nos dejaba con mi papá. A veces llegaba que ya mi papá estaba ensillando el burro pa’ irse pa’l monte”. Se menciona también el caso de Ceferina Bánquez, cantadora de Guamanga. Cuenta Pabla que a Cifo, como le dice por cariño, “el marido le advirtió: ʻBueno y tú ahora esa fartedá’ de andá’ y que cantando bullerengue, que no paras aquí. Vamos a vé’ qué es lo que vas a hacé’”. Él odiaba el bullerengue. Y ella lo dejó”.

    Y al final, sí, se habló sobre escribir canciones.

    “La tonada es el alma del bullerengue”. Así le enseñó Eulalia a Pabla: “Para componer un bullerengue lo primero es encontrar la tonada. Después que tú tengas la tonada puedes meter los versos que rimen”. Experiencia cotidiana y cadencia van dándose para formar la canción. Ahora se marcan con un nombre propio, pero hubo un tiempo en que las composiciones no tenían dueño. Así lo resaltan Pabla y Rosa: “Hoy es que nosotras decimos ʻEse es mío, ese lo compuse yoʼ. Pero antes no, antes cualquiera daba la tonada y todo el que quería agregarle un verso en la parranda, en el canto, lo hacía y eso quedaba suelto”. La tonada surgía en una fiesta, con el fragor de unos tragos compartidos, y todos participaban improvisando en la composición.

    Las ruedas de bullerengue en María la Baja no se convocan únicamente para el festejo y el compartir entre amigos, siempre han sido el lugar del desarrollo y el aprendizaje musical y folclórico. Actualmente, están organizadas bajo las estructuras de grupos con procesos de formación, en los que participan las nuevas generaciones. Son también un lugar de encuentro con la palabra. La información que no se halla guardada en los sitios preestablecidos para los libros y la cultura, se la tropieza uno en los patios que albergan ensayos, o en las conversaciones con sabedoras y gestores que caminan con la memoria de los acontecimientos que dan fuerza a la tradición del municipio.

    ________________________________________________________________________________________________________________

    Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Fotografías por Mónica Lázaro. https://comunidadybiblioteca.wordpress.com/2021/08/18/camino-por-el-bullerengue-de-maria-la-baja-una-rosa-y-varias-voces/

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    2 comentarios en «En la rueda de bullerengue»
    1. Eugenia Pérez P. dice:
      agosto 27, 2022 a las 7:57 pm

      Excelente narración, llena de vida y movimiento, logro transportarme a la cotidianidad de los días en María la baja y recrearme con su lectura

      Responder
    2. Lobo dice:
      mayo 3, 2023 a las 8:11 pm

      Gracias por esa imagen sobre el bullerengue, que emerge en cada palabra.

      Responder

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