«A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa.»
Liliana Bodoc
Un día sin darte cuenta ves que la piel es otra, y con ella la mirada, los pensamientos, los sueños y hasta el insomnio; entonces te das cuenta de que todo ha cambiado, y la piel como una cebolla ha removido sus capas, las células han mutado y ahora son otras. Sin querer te detienes en los comerciales acerca de los cuidados de la piel, y vas al mercado para buscar caléndula, manzanilla, aloe vera, diente de león, lavanda y otras plantas reveladoras y/o aclaradoras; porque definitivamente como lo dijo la Sosa todo ha cambiado, así como el clima con los años, el pastor su rebaño, lo superficial, lo profundo, el modo de pensar, y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño…
Entonces te das cuenta de que sos otra y te dan ganas de irte para seguirte buscando, te vas persiguiendo por lugares donde ayer reías y jugabas a ser otra; creías que en esos lugares tenías certezas que, aunque efímeras, te reconfortaban el espíritu y te decían que sigas, que no pares, que el camino se hace al andar y que los caminos de la vida estaban para dibujarlos y si había con qué, pintarlos.
De repente te das cuenta que no puedes parar y que por más incierto que sea el camino, así mismo serán las ganas de continuar, tu voz interna te dice que estas condenada a seguir, al movimiento, al vértigo de saberte a salvo si sigues, si te escuchas sin distracción, porque finalmente la piel ha cambiado y en el mutar está la renovación, la confrontación contigo y con la que ahora sos. No hay excusas, porque si antes no te ibas por miedo al fracaso, ahora te vas porque ya no hay miedo, porque al fin comprendiste que irte o quedarte hacen parte del mismo tejido, y sos vos misma la que le da el tono, el ritmo, la intensidad, el color, la densidad, para luego no quedarte tarareando al final de la noche los versos de la Varela cuando dice No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió…
Y entonces decides irte, y en el camino te encuentras con amigos, recuerdos, inventarios de viejos amores, plantas de otros colores, tragos de otros olores, platos de otros sabores y libros de otras autoras; conoces amigas, amigos, cómplices, consejeras, activistas de colores, viajeros que un día decidieron emprender el camino sin retorno y ahí están firmes con la cabeza en los pies. De repente, pierdes la noción del tiempo, el día se confunde con la noche y ya no importa si es lunes o jueves, a fin de cuentas estas de viaje e importa más la cercanía de una amiga que la certeza de los días y su inevitable paso del tiempo.
Porque cuando viajas lo que menos importa es el tiempo, ya que viajar implica desplazarse de un lugar a otro, por ende, lo que verdaderamente importa es el camino, lo que haces y no, los des-encuentros, las otras miradas, las formas opuestas, los diferentes usos horarios y actos de habla, las convenciones sociales y hasta la inconformidad de sus gentes, en fin, cosas que no podrías ver si viajaras sin tiempo, no en vano Cavafis lo advierte en su poema Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias… para ello qué mejor que viajar con tiempo de sobra, donde el azar te sorprenda, los caminos se pierdan, las calles se alarguen y las avenidas sean pasarelas con infinitas ventanas vestidas de historias; y tu maleta ojalá esté lo más prudentemente liviana para detenerte a contemplar sin ambages los detalles del misterio que envuelve a cada lugar.
Así, cambiar de piel es también morir un poco cada día, dejar un poco de vos en los lugares, en las personas, en los museos, en las galerías, en las bibliotecas y en los mercados; ser de piel, de papel, de aroma, de metal y a veces de madera. No ser también es ser, atravesar la frontera de lo indómito, atravesar la piel frente al pavimento y la trocha, caminar descalza porque sabes que hay camino, y si el camino es áspero, la suavidad de tus pies te lo agradecerá porque necesitan ganar firmeza para sentir que los pasos no tambalean, si no que deciden y se arriesgan a confrontar el camino porque la vida es un eterno andar, y en ese andar, percibir el olor de la muerte y rechazarlo como quien rechaza algo que lleva adentro, como un recuerdo de lo que inevitablemente vendrá, como una intuición de nunca acabar.
Dejar de lado la monotonía útil para transitar otras inutilidades, deformar la carne hasta el espasmo lúdico de sentirse viva, ir de la vigilia al sueño muchas veces y luego soñar que estás despierta dentro de un sueño, y pensar en Dejavu, y decir Dejavu, esto ya lo soñé una vez, esto ya lo he vivido, pero en aquel entonces estaba vestida de colores, yo era mi sombra, aquella que asistía al encuentro con la que ahora soy; porque al cambiar de piel, también sientes ardor, dolor, estupor, como si te arrancarán una parte de tu ser y te despojaran de la fuerza, la alegría, el amor, el interés de sentirte viva, porque cambiar de piel es también morir un poco cada día para ser otra.
Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Fotografía: Cony María.