Por la habitación se cruzan los autobuses eléctricos,
los siente como un temblor de tierra,
que no es tan radical como para destruirlo todo,
pero tampoco puede ser ignorado.
Su reflejo en los vidrios parece sacado de un sueño,
que se repite varias veces y le queda presente hasta mitad de la mañana.
Ella y su mamá visitan una librería.
Al salir de ahí la madre se sube al bus.
Ella sabe que nunca se volverán a ver.
El sueño del autobús, la imposibilidad de perseguirlo y devolver el tiempo;
decirle a la mamá que no se suba, o irse con ella. No se sabe a dónde porque
eso sería cambiar el curso de los acontecimientos.
Irse con ella.
¿A alguien se le ha dado la opción de irse con la que está muriendo?,
¿Cogerla de la mano e irse detrás?
A cada quien le corresponde su propia muerte, al menos a eso tenemos derecho,
y a todo lo que nos conduce la visión de los autobuses eléctricos que
pasan y no se chocan, aunque sus reflejos se encuentren en el vidrio.
Pasan y nadie se entera de todo lo que trajo su reflejo, ni sienten el
temblor, ni el trueno amenazante.
Nadie se entera del temblor y la grieta que su existencia causa en la piel de los demás.
Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Foto: Tania Espitia