Parir, dar a luz o alumbrar, son para mí uno de los rituales más hermosos de la vida, se paren seres vivos o ideas, en todo caso parir es crear. A menudo escucho un par de amigas con la maravillosa frase “está pariendo o parió” y no para referirse al nacimiento de un bebé sino al de una maravillosa idea, pero también para algo que llevó mucho esfuerzo. No deseo ser madre, no obstante, me gustan los nacimientos, me parecen fantásticos, pero, lo paradójico es que solo he escuchado un relato hermoso: una mujer que dio a luz a su bebé en casa, en el agua, junto a su familia, rodeada de mucho amor; guardo ese recuerdo en mi memoria porque creo que así deberían ser todos. He ido a lo largo de mis cortos años escuchando experiencias de partos, y créanme que es el único bonito que tengo, los demás son dolorosos, violentos, denigrantes e inhumanos.
Junto al nacimiento las culturas ancestrales han tejido simbolismos que representan fertilidad, conexión, amor y creación, ritual que ha sido guiado por el arte de la partería, que más allá del parto de la mujer, es un acto de amor con la madre y el bebé: las parteras o comadronas como se les llama son las sabias, ayudan a parir, pero también dan ánimo a la madre, calman los dolores, ayudan el alumbramiento con yerbas y acomodan los bebés que están en mala posición. Es un arte maravilloso que poco a poco se va perdiendo, cada vez son menos las mujeres que se dedican a este oficio, van siendo reemplazadas por el hospital y especialistas, con buenas intenciones claro, con el ánimo de reducir los riesgos de mortalidad, pero una intención que ha causado tanto daño en miles de mujeres, un dolor silencioso, que casi que ni se percibe, que habita silenciosamente en el alma de las mujeres que han parido.
Este dolor silencioso, este duelo de vientre, se llama violencia obstétrica, una violencia de género de la que poco se habla, les pasa a las mujeres gestantes, a las mujeres en trabajo de parto, en el parto y en el postparto. Esta violencia se refiere a los insultos, burlas y tratos denigrantes por parte del personal de la salud a las mujeres en el trabajo de parto; tactos vaginales sin previo consentimiento; prohibición de acompañamiento al momento de parir; obligación para parir solo en posición supina; limitación de expresar las emociones-sentimientos o inquietudes, entre otras. El parto pasa de ser un ritual de amor para ser uno de sufrimiento y dolor.
Camila, mi amiga, una de las mujeres más valientes que conozco, sabe en carne propia lo que es este tipo de violencia, ella no planeo un embarazo, lo asumió por presiones y porque pensó que así lo decidió Dios y el destino. No vivió uno de los embarazos más felices, solo ella sabe lo que le ha tocado vivir, lo que si puede decir es que es valiente, muy valiente. Ella dice que cuando llegó al hospital tenía muchos dolores, empezaron a hacerle tactos a cada rato un doctor y una doctora, ella gritaba mucho y lloraba, como el trabajo de parto estaba tardando mucho decidieron remitirla a otro centro hospitalario. Allí la ingresaron a la sala de parto, sentía que jamás saldría de eso, una doctora le pedía que pujara, pero ella ya no podía, sentía que no daba para más. Llamaron a un doctor, él le coloco las manos en el vientre y le pidió que pujara, de tanta fuerza que hizo sus ojos se llenaron de sangre, y en ese momento dio a luz.
Cuando lo alumbró le fueron a entregar el bebé y ella no lo quiso, fue tanto el dolor que sufrió que ella quedó traumada, el personal médico le dijo que no dijera eso, pero ella no quería cargar al bebé. Más tarde se lo trajeron y se lo entregaron en brazos, pero ella ni sabía cómo agarrarlo y nadie le dijo como hacerlo, hasta que llegó su mamá.
Ella es consciente de que su trabajo de parto y parto fue violento, sufrió mucho, sintió mucho dolor. Unos días después la visité y se le veían los ojos rojos aún. Cami, mi valiente Cami, no es la única, como ella miles de mujeres primerizas y no primerizas, con maternidades deseadas o no, en hospital público o privado, todas sufren de esta violencia silenciosa, no hay muchas estadísticas porque no se denuncia, porque lo normalizamos o porque es tan doloroso que preferimos no recordarlo, porque queremos pensar que así debió ser, que ser consciente que lo que debió ser un maravilloso ritual no lo fue. Nuestro vientre está en duelo, no solo el de ellas, sino el mío también, que hace parte del todo femenino.
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Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Ilustración por Ana Ballesta