Hay días que me siento chiquitica, como una mosca. Un poco miserable y ruidosa, presta a morir en un aplauso o estrellada contra la pared de colores pastel.
Perdida mirando al bombillo, absorta con tanta luz que ciega y mis ojos gigantes no enfocan, miran hacia todos lados; ven muy bien pero prefieren quedarse en el bombillo mientras la luz se distorsiona.
Y aleteo y me acomodo las alas con las peludas patitas, me limpio las manos con la lengua y trato de seguir volando; me golpeo contra el vidrio una y otra vez intentando salir por donde no hay espacio. Obstinada y terca, teniendo la ventana al lado abierta.
Hay días que me siento pequeñita como una mosca, insignificante y molesta volando sobre las cabezas de la gente que manotea y me espanta.
Revoloteo y vuelvo a caer sobre la mesa, subo y bajo, planeo, giro, a veces me dan un golpe y quedo quieta un rato ahí tirada; me arreglo el ala y vuelvo a iniciar el vaivén de mi ruidajo triste y lastimero, de mis ojos pixelados, de mi cuerpo peludo y mis patitas que producen piquiña.
Hay días que me siento como una mosca y termino aplastada con los fluidos esparcidos por el techo.
No seré nada memorable, pasaré como un momento efímero, ingenuo o quizás ignorante; similar a otras cien mil moscas:
Una marca en la pared, un reguerito como de tripas que daña la pintura. Una cagada siempre y esa sensación de no saber para dónde coger. Una vida de mierda de 8 días y un totazo…
Bajo Licencia Creative Commons / Publicado originalmente en EspacioPotenta.com / Fotografía: Valentina Jaime.